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“Vendidas”, de Zana Muhsen. La historia de dos adolescentes convertidas en esclavas modernas

Hay libros que llegan a tu vida inesperadamente y caen sobre ella como un terremoto que remueve hasta los cimientos. Es lo que me ha pasado con Vendidas, de Zana Muhsen y Andrew Crofts. Un espeluznante testimonio sobre esclavitud moderna del que enseguida te voy a hablar. No lo busques entre las novedades literarias, porque se publicó en 1993. Pero sí lo puedes encontrar en Amazon: 

 

A mí me lo regalaron en la biblioteca cuando fui a devolver unos libros, junto con otros que iban a desechar (y, por cierto, me hicieron super feliz). 

Pero vamos con la historia.

Zana Muhsen: de adolescente inglesa a esposa esclava

Zana Muhsen y su hermana Nadia eran dos adolescentes inglesas de 15 y 14 años respectivamente que llevaban una vida normal en su Birmingham natal. Un día de verano de 1980, su padre les dijo que las iba a mandar de vacaciones a Yemen, su país de origen. “Para que conocieran a la familia”. Se lo pintó como un paraíso de playas de arenas doradas, palmeras exóticas y aguas cristalinas.

Y las dos hermanas prepararon su maleta. Con sus vestidos fresquitos, sus faldas y sus camisetas. Con sus novelas de amor y sus walkman. Con la ilusión de hacer su primer viaje en avión y luego regresar a su vida de siempre, con su madre, sus hermanos y sus novietes. Bronceadas y renovadas, listas para comenzar sus estudios de puericultura. 

Tal y como las ves en esta foto, que aparece en el libro.

Pero la realidad era completamente distinta. 

Zana y Nadia Muhsen, mujeres esclavas en Yemen

Zana fue la primera en marcharse, junto con dos amigos de su padre (Nadia haría el mismo camino 15 días después). Un viaje interminable bajo un calor abrasador, sin agua ni comida. La muchacha solo soñaba con llegar a su destino para darse una ducha y dormir en una cama cómoda. Pero la llevaron a un pueblo perdido en las montañas del sur de Yemen. Un lugar sin agua corriente ni electricidad, donde las casas se encaramaban sobre colinas escarpadas y polvorientas. La suya estaba en lo más alto del todo. 

A esas alturas, Zana ya sabía la verdad sobre su viaje: su padre las había vendido a ella y a su hermana Nadia por 260.000 pesetas de la época (unos 15.000 euros actuales). Ahora eran las esposas de dos adolescentes a los que no habían visto nunca, y estaban obligadas a quedarse a vivir en un país extraño, una sociedad patriarcal anclada en la Edad Media, de costumbres primitivas y brutales. 

Zana describe la casa como un “nido de águilas” incrustado en la colina más alta de todas, al cual se tardaba media hora en acceder trepando por rocas escarpadas. Había un establo en el piso de abajo, una primera planta para la familia y un terrado. Y todo olía a estiércol.

La parte habitable constaba de una habitación central amueblada solo con cojines desde la que se accedía a los dormitorios. Uno para el hombre que la había comprado y su esposa, otro para el hijo mayor y su familia y uno más para Zana y el adolescente que, según unos papeles falsificados que ella nunca firmó, era su marido. Dentro, un somier con un colchón de la altura de un pulgar, un poyete sobre el que sentarse y cinco ventanas minúsculas.

Por lo demás, una cocina rudimentaria consistente en un fogón de leña, y el cuarto de baño. Ah, el “cuarto de baño”. Un cuartucho sin luz en el que había que agacharse para entrar, donde solo había un agujero en el suelo y un cubo de agua.

¿Te imaginas que de un día para otro te obligan a quedarte a vivir ahí, con completos extraños que hablan una lengua desconocida? 

¿Que te dicen que uno de ellos es tu marido y que debes obedecer en todo a tu suegro? 

¿Puede ser peor? 

Oh, sí. 

Esclavas modernas durante ocho años de infierno

A Zana la obligaron a acostarse cada noche con su presunto marido, un chiquillo de 14 años con problemas de corazón que aparentaba ocho. Le aseguraron que, si no obedecía, la atarían a la cama. Y así, aquel enclenque la violaba cada noche. Después, ella miraba el techo, donde los lagartos ponían sus huevos y las lagartijas se paseaban, y un sinfín de mosquitos le acribillaban el cuerpo. El único sonido eran los ronquidos del presunto marido a su lado y el aullido de los lobos y las hienas en las montañas que los rodeaban.

Por el día era aún más horrible. Pronto la obligaron a hacer las tareas domésticas. Consistían en cocinar unas bolas de trigo en el horno (abrasándose las manos hasta que parecieron de cuero), acarrear leña, limpiar una casa que siempre estaba sucia o recoger la cosecha de maíz.

Y lo peor de todo, ir al pozo a por agua hasta doce veces al día. Con chanclas de goma y la cara cubierta con un velo, por un camino árido sembrado de zarzas donde campaban los escorpiones, las serpientes y los varanos, unos reptiles enormes con aspecto de pequeños dinosuarios. No es que le sobrara mucho tiempo, pero de todos modos la única diversión posible era ir al pueblo a comprar lo que le ordenaran en sus míseras tiendas, siempre por un camino reservado a las mujeres. Siempre tapada por completo, soportando temperaturas extremas y el continuo zumbido de las moscas. A veces podía ir a visitar a Nadia, su hermana, atrapada en una vida idéntica en el pueblo más cercano, a media hora de distancia. 

Así durante ocho años. 

Ocho años que les dieron el aspecto que ves en esta foto (también extraída del libro):

Ocho años en los que Zana nunca se rindió, nunca aceptó su situación, nunca se doblegó. En los que la rabia y la esperanza la mantuvieron viva y razonablemente cuerda. 

No podía escapar porque el pueblo, que ni siquiera figuraba en los mapas, estaba perdido en las montañas y más allá de él solo había desiertos, animales peligrosos y tribus armadas. Porque le habían robado su pasaporte y porque, según los hombres que la habían vendido, estaba casada y en Yemen ninguna mujer puede salir del país sin permiso de un hombre de su familia. 

Hombres que a menudo trabajan en Arabia o en Inglaterra, que reúnen dinero y vuelven a su país, donde se sienten reyes todopoderosos, para luego volver a marcharse. Hombres que conocen la civilización, el mundo moderno, la libertad. 

Pasaron seis años de infierno hasta que Zana encontró a alguien, un médico compasivo, que aceptó echar al correo una carta para su madre. Así fue como la pobre mujer (ya separada de aquel desecho humano con el que había convivido) supo dónde estaban sus hijas. Porque durante todo ese tiempo, el padre siguió viviendo en Birmingham, regentando un fish and chips, viviendo la vida tan tranquilo sin confesar nunca el paradero de las niñas. 

Es más… muchos años atrás se había llevado a Yemen a sus dos hijos mayores, cuando eran casi unos bebés. Nunca regresaron. Me pregunto por qué la madre, Miriam Ali (mitad británica, mitad árabe) siguió a su lado y aceptó que sus hijas medianas se marcharan también, aunque fuera “de vacaciones”. Pero no conozco su historia, así que no me atrevo a juzgarla. Ella también contó su versión en un libro titulado Sin compasión (este no lo he leído).

La historia tiene un final agridulce. Zana consiguió salir de Yemen gracias a que su madre pidió ayuda a unos periodistas que organizaron un buen revuelo mediático. Pero no le permitieron llevarse a Marcus, el hijo que dio a luz en el suelo recubierto de yeso mezclado con boñigas de vaca de aquella miserable cabaña. 

El poder sanador de la escritura

Zana eligió la libertad, y la comprendo. Se marchó para poder regresar a buscar a Marcus y a su hermana Nadia, que a esas alturas ya tenía tres hijos y se había resignado. Volvió a su Birmingham natal con todas sus cicatrices a cuestas, fue madre de nuevo, comenzó a trabajar como instructora de natación y, junto a su madre, se entregó a buscar la manera de liberar a su hermana, a su hijo y a sus sobrinos. Aquí la ves, sonriendo a pesar de todo…

Y escribió su historia para que nunca cayera en el olvido.

Hay un segundo libro, titulado Una promesa a Nadia, en el que Zana cuenta sus infructuosos intentos de rescatar a su hermana. No lo consiguió, al menos durante los años 90, que es cuanto están publicados ambos libros. Nadie sabe qué ocurrió realmente con Nadia.

Existe una entrevista con un periódico británico del año 2002 en el que Nadia (desdentada y con seis hijos a los treinta y pocos) asegura que es feliz en Yemen y que, a diferencia de su hermana, nunca quiso marcharse. ¿Se acostumbró a aquella vida o se adaptó para poder sobrevivir sin enloquecer? ¿Tú la ves feliz en esta imagen? Porque yo veo una tristeza infinita. 

Una cuenta de Instagram que supuestamente pertenece a Zana asegura que, en 2015, Nadia y los niños regresaron a Inglaterra. Pero parece una cuenta falsa y, por más que he investigado en Google, nadie sabe qué ocurrió realmente. 

Lo más terrible es que nadie resultó castigado. Ni su padre, ni su “suegro”, que también dejó aquella aldea de pesadilla y se instaló en Inglaterra. El mundo entero se conmovió con la historia de Zana y Nadia, pero nadie las ayudó.

El Foreign Office repetía que Nadia y los niños eran ciudadanos de Yemen y, tal como ordenaban sus leyes, no podían abandonar el país sin permiso de los hombres de la familia. La corrupción y las trabas eran tan descomunales que todo el mundo se dio por vencido.

Y la sensación que me queda al leer lo que se cuenta en Internet sobre Zana Muhsen es que se pretende hacerla pasar por una exagerada y una mentirosa.

Así de devastador.  

Pero Zana contó su historia. 

Yo leí su libro de un tirón, espeluznada, horrorizada, hipnotizada. Luego lo volví a empezar para captar mejor los detalles… y lo tuve que dejar a la mitad. Ya conocía el triste final y no pude soportar tanto sufrimiento. 

Pero ese es el poder de la escritura. Atreverte a contar la verdad porque, mientras transformas en palabras lo que llevas dentro, lo puedes asimilar, comprender, compartir. Soltar el peso y empezar de nuevo. 

Así que, allá donde estén ahora, un trocito de mi corazón lleva dentro a Zana y Nadia. 

¿Conocías la historia de Zana y Nadia Muhsen? ¿Qué has sentido al leerla?

 

2 Comentarios

  1. Grisela

    Por desgracia este tipo de historias, todavía siguen ocurriendo. Yo leí hace tiempo “ No sin mi hija” y es una historia bastante parecida. Recuerdo que a mí también me impactó. Es terrible que la vida de algunas personas, sobre todo, mujeres, se pueda comprar y vender. Da miedo el poder del dinero. Y comprobar que hay personas sin escrúpulos capaces de hacer esas cosas. Y yo me pregunto, si lo ven bien y normal. Si lo hacen, seguramente es que SÍ. Y eso, es algo que da que pensar 🤔

    Responder
    • Paloma Corredor

      Sí… por desgracia siguen ocurriendo y el matrimonio infantil existe en muchos países. Es algo espantoso… Y que sea tu padre quien te vende… Es que no hay palabras. También leí “No sin mi hija” hace muchos años y cada vez que aparece la peli en la TV la veo horrorizada. Hay cosas sencillamente incomprensibles. Un abrazo, Grisela.

      Responder

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