Por qué un buen libro siempre será tu amigo del alma (y nunca te traicionará)
Desde que descubrí las letras en la clase de preescolar con cuatro años (aún recuerdo las vocales pintadas de color rojo en la puerta del aula y a mí misma copiándolas con el lápiz), siempre he pensado que un buen libro es como un amigo del alma. Y a veces, mejor.
Aprendí a leer muy rápido a pesar de tener serios problemas de visión (ojo vago, estrabismo feroz e hipermetropía de las de gafas de culo de botella). No me acuerdo del primer libro que leí, pero sí de los títulos que me fascinaban cuando era niña. La colección de Celia y su mundo, una novelita titulada Vacaciones en Suecia, las historias de Los Cinco (y cualquier libro escrito por Enid Blyton). También los tebeos de Esther y su mundo y las Joyas Literarias Juveniles de mis hermanos, que eran cómics que resumían en imágenes las obras clásicas más famosas.
En la casa donde veraneaba con mi familia existía una habitación que siempre estaba cerrada con llave. Un verano resultó que nos la encontramos abierta. ¿Adivinas qué había dentro? ¡Montones de libros! Me los llevaba a la terraza a la hora de la siesta y pasaba horas sumergida en aquellos mundos fascinantes. Había un libro precioso de biografías de personajes célebres para niños, y me encantaba la vida del arquitecto Antonio Gaudí. Ay qué pena me daba cuando al final moría atropellado por un tranvía…
En la adolescencia, los libros me gustaban todavía más. Me pasaba media vida cogiendo libros de la biblioteca y disfruté mucho cuando en el instituto nos hicieron leer El Quijote y las novelas de Pérez Galdós. A los 15 años, fui la única de la clase que eligió Cien años de soledad. ¡Me entusiasmó! Lástima que no lo pude comentar con nadie porque todos los demás eligieron el libro más corto.
Leer por placer, ¿hay algo mejor?
Un libro es un amigo con el que conversar. Una puerta abierta a infinitas vidas. Una alfombra roja que conduce a lugares donde cualquier cosa es posible.
Un libro te acompaña cuando no tienes con quién salir. Cuando ningún plan te apetece más que quedarte en tu sofá con una mantita y una taza de té. ¡Cuando llega una pandemia mundial y te obligan a quedarte en tu sofá con una mantita y una taza de té!
Te acompaña cuando tu pareja te ha dejado. Cuando quieres reírte o llorar o pasar miedo. Cuando los niños se duermen y al fin llega “tu ratito”. Cuando necesitas aprender algo nuevo o conocerte mejor a ti misma. Cuando no soportas la mediocridad de lo cotidiano y tu alma te pide elevarse a un universo bañado de belleza y posibilidades.
Un libro te reconforta, te inspira, te alegra, te enseña, te emociona, te da alas. En la cama, en el sofá, en el metro, en la bañera.
Y a cambio no discute, no se queja, no te incordia, no te resta.
Tal vez a estas alturas del post estés esperando una lista de “Los mejores 100 libros que hay que leer” o algo así. Tal vez debería escribirla para posicionar mejor este artículo en Google, pero… ¿Quién soy yo para decir qué libros debes leer? Lee el que te apetezca. El que te “llame” al posar tus ojos en él. El que te sumerja en un estado donde el tiempo ordinario ha desaparecido. El que te dé la gana.
Sí que te puedo contar cuáles son algunos de mis autores favoritos. Doris Lessing, las hermanas Brönte, Paul Auster, Richard Ford, Isabel Allende, Jane Austen, María Dueñas, Charles Dickens, Katherine Pancol, Jojo Moyes, Alice Munro, Elizabeth Gilbert, Truman Capote, Roald Dahl, John Irving,Toni Morrison, Rosa Montero. Y tantos y tantos y tantos. Hasta tengo mis “escritores malos” favoritos: soy fan total de Danielle Steel y Stephen King.
Y los que me quedan por descubrir. Y por mostrarle a mi hija, que ha heredado mi pasión. Y eso es lo mejor de todo.
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